sábado, 11 de diciembre de 2010

Pescado Rojo

9, 10 y 11 de diciembre del 2010
Después de un divertido viaje en Ferry hasta la isla de Ometepe, dentro del gran lago de Nicaragua almorzamos en Charco Verde teniendo como vistas una playa bastante vírgenes de agua dulce donde pudimos degustar pescado local.
El punto de encuentro con nuestra nueva familia adoptiva fue en la casa comunal del pueblo de Urbaite, junto a una cancha de baloncesto donde jugaban niños al futbol. Me sorprendió que esta vez hubiera poca concurrencia esperando nuestra presencia, pero al poco tiempo aquello se llenó de gran parte de la población con ganas de celebración. Se trató de un momento emotivo y a la vez festivo donde se jugó de nuevo a la piñata. Dos chicas locales nos mostraron bailes caribeños y luego intentaron fueron imitadas con Inma y Lola. La verdad es que me dejo un poco descolocado el baile de una chica local, Massiel al bailar una canción estadounidense de igual forma que una Beyoncé o una Rihanna. Para mi creo que estaba este baile totalmente fuera de contexto pero hay que aplaudir la valía de esta chica.
Después del sorteo pude cenar y charlar con mi nuevo padre, Humberto Álvarez. Me agradó la predisposición de los vecinos del pueblo y el buen rollo en alianza con esta séptima brigada de jóvenes con América Latina.
Humberto me acompaño hasta su casa y allí conocí al resto de su familia: su madre Dolores, sus hermanos Nora y Eduardo. Los hijos de Nora eran Gamaliel y Juan Francisco Paizano, el primero tenía como mujer a Adris y éstos a su vez a una hija con nombre bíblico Génesis Nicol.
Después de platicar mientras cenamos distintos temas sobre religión, política e indigenismo confesé a los presentes la desinformación que teníamos sobre la situación indígena, se rieron mucho cuando les dije que pensábamos que todavía andaban con plumas y comunicándose con señales de humo. Desgraciadamente de esa cultura ancestral no queda apenas nada y su forma de vida es digamos al estilo “occidental”. El único rasgo claro era en sus rostros, ojos más rasgados y profundos. Luego me fui a dormir a un camastro no sin antes matar a una araña que me hacía competencia en el dominio de la habitación.
Por la mañana temprano, sobre las 5:30 me levanté para prepararme a subir el volcán Madera acompañado de mi sherpa Juan Francisco, de talante atento y serio. Los jóvenes cooperantes acompañados de tres guías y otros tantos jóvenes de Urbaite empezamos nuestra ruta con mucho ánimo. Una ruta de unos 5 kilómetros por una camino estrecho de piedras, barro, lodo, hojas secas y el griterío de monos. Se suponía una duración de cuatro horas para subir y otras cuatro para bajar, pero mi realidad fue bien distinta.
La subida empezó dura, la humedad se concentraba en la falda del volcán y se hacía difícil respirar con normalidad. Hubo bajas a los pocos kilómetros y siempre nos sentimos protegidos y animados por nuestros sherpas de Ometepe. Yo me rezagué en la subida, necesitaba tomar el aire y descansar con bastante asiduidad, fueron varias las ocasiones en que pensaba desistir de mi intento. Hasta Omar, el guía que me esperaba con resignación me aconsejó abandonar la subida. Lejos del grupo me sentía como un elefante herido atrasado de su manada esperando a que unas hienas esperasen rendirme. Esas hienas eran en cuestión mis atentos sherpas que me daban ánimo, pero que a veces sin creer que me daba cuenta me hacían el Güegüense (http://es.wikipedia.org/wiki/G%C3%BCeg%C3%BCense). Cuando ya estamos en la cima, que por cierto no se veía nada, bajamos hasta la laguna donde descansaban hace rato mis compañeros de viaje. La bienvenida fue calurosa y pude descansar y comer un tiempo corto. Decir que los urbaiteños no parecían cansados y seguían bromeando.
De nuevo al camino la bajada me pareció algo menos dura, pero debía tener precaución de no resbalarme y hacerme daño, porque el resultado podría ser desastroso para todo el equipo. Con paso prudente, pero más constante llegamos al último kilómetro, que parecía infinito. Algunos compañeros algo rezagados me esperaron para llegar hasta la finca Magdalena, donde una comitiva liderada por Paco del Teso me recibía con cariño sincero.
Cuando pude sentarme me di cuenta que mis treinta y pocos kilos de más jamás me habían dado tanto sufrimiento en una gira.
Llegamos de nuevo a Urbaite en el “Rigobus” con ganas de ducharnos y hablar con nuestras familias de acogida. Ellos volvieron a preguntarme diferentes cuestiones de España y yo a sacarles todo lo que podía de cómo pensaban y cuál era su forma de vida. Me volvieron hablar de la leyenda de el Pescado Rojo, alimento que al ser injerido te generaba la bendición que querer volver a esta preciosa isla de Ometepe. A mí no me ha hecho falta comerlo.

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